Él y yo nos parecíamos demasiado: ambos amábamos el cine.
Pasábamos nuestros fines de semanas entre películas de Woody Allen, sexo y
alcohol. Siempre manteniendo un poco de lo mismo. Cuando discutíamos solíamos
mirar películas de Kubrik, siempre ultraviolentos, desquiciados por tanto
tiempo juntos. Sabíamos que el amor era falso, que no existía, nos amábamos
entre amores ideales, amores enfermos.
Nos conocíamos demasiado bien, nuestras críticas, nuestras
palomitas. Éramos dos marcianos que nos atacábamos constantemente.
Queríamos que dure, lo intentábamos al menos. Formábamos nuestra historia en viejas cintas bélicas y deseábamos la eternidad sobrenatural, podíamos ser quien deseáramos, compañeros de trabajo, de escuela, enemigos.
Construíamos nuestro mundo a base de amores inventados, que no duraban más de dos horas. De fantasías, donde nuestro amor era más fuerte.
¿Cuántas películas hay en el mundo?¿Una vida alcanza para verlas todas? Supimos que algo iba mal cuando olvidamos devolver una película, la primera de muchas.
Ya no repetíamos los diálogos como antes, ya no recordábamos quien era Almodóvar ni si nos gustaba Coppola.
Queríamos que dure, lo intentábamos al menos. Formábamos nuestra historia en viejas cintas bélicas y deseábamos la eternidad sobrenatural, podíamos ser quien deseáramos, compañeros de trabajo, de escuela, enemigos.
Construíamos nuestro mundo a base de amores inventados, que no duraban más de dos horas. De fantasías, donde nuestro amor era más fuerte.
¿Cuántas películas hay en el mundo?¿Una vida alcanza para verlas todas? Supimos que algo iba mal cuando olvidamos devolver una película, la primera de muchas.
Ya no repetíamos los diálogos como antes, ya no recordábamos quien era Almodóvar ni si nos gustaba Coppola.
Al final, los créditos terminaron luego que nosotros, cuando
decidimos olvidarnos en aquella sala de cine.
Un texto que escribí hace una semana.
Un texto que escribí hace una semana.
Charlotte
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